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jueves, 12 de junio de 2014

capitulo 6

Hola queridos tributos. Si se preguntan porque publico capítulo hoy, y no es viernes, es porque comenzaré a publicarlos los jueves, creo que es un mejor día y la verdad que estoy menos ocupada que los viernes. Les aviso que, por problemas de blogger, quitare todas las encuestas del blog ya que aparece así: votos: 0. Y no tiene sentido tener las encuestas así, por eso, cada vez que quiera saber su opinión, se los avisaré por medio de una entrada. ¿ok?

Capítulo 6: Los Juegos

Ethan me recoge muy temprano. Me saluda y luego salimos al tejado de la cúpula, donde un aerodeslizador nos deja caer unas escaleras para subir allá. Cuando toco la escalera, una corriente me recorre el cuerpo y ya no me puedo mover. Cuando estoy dentro del aerodeslizador, una mujer me coloca en el brazo mi dispositivo de seguimiento y luego suben a Ethan.

Nos sentamos en una mesa circular con un gran banquete. Me sirvo y como todo lo que puedo hasta que ya no me cabe nada más.

Después de dos horas, todo se oscurece.

-Hemos llegado-. Dice Ethan.

-¿A dónde?-. Pregunto.

-A la parte de abajo del estadio. Ahí te lanzaran a las arenas.

El aerodeslizador aterriza y una mujer nos conduce a una pequeña habitación. No hay mucho ahí: una mesa circular con dos sillas y un círculo de metal.

Ethan me ayuda a ponerme el traje de las arenas: una cálida y gruesa blusa de manga larga; unos pantalones color caqui; una chamarra gruesa y unas botas para terreno nevado.

-Nieve-. Susurro.

-Eso supongo. Hará mucho frío por la noche. Lo sé por el traje.
-Solo espero no congelarme. No quiero morir así.

-Recuerda cuál es tu prioridad: sacar a Will de la Cornucopia. No te metas en el baño de sangre.

Entonces, nos avisan que ya es hora.

-Recuerda: aunque no se me permita apostar, si pudiera… apostaría por ti.

Abrazo a Ethan y luego subo al círculo de metal: un cristal me separa de Ethan. Después de unos segundos, el cilindro se eleva. Se detiene.

59, 58, 57… ¡Boom!

Se oye una explosión. Suena un cañonazo. Todos los tributos nos volvemos hacia el mismo lado: uno de los veintiséis círculos de metal ha explotado. Después de un breve humo, aparece una estrellita de madera. La chica del 8. Ella traía esa estrella en los entrenamientos prendida a su camiseta.

Me limpio de la mejilla la sangre que me cayó después de la explosión.
22, 21, 20…

Observo bien las arenas. Todo está cubierto de nieve. Tres montañas rodean la Cornucopia. Con líneas imaginarias diría que las montañas forman un triángulo.

De mi lado izquierdo está el chico del Distrito 9, de mi lado derecho la chica del 11. No veo a Will, así que supongo que estará del otro lado de la Cornucopia porque tampoco lo veo.
15, 14, 13…

No puedo salir de aquí sin nada, tendré que cruzar la Cornucopia para llegar a Will, puedo aprovechar para tomar algo de la Cornucopia pero… ¿Podré salir con Will a mi lado? No hay tiempo para pensar.

3, 2, 1…

Salgo disparada hacia la Cornucopia. ¿Será buena idea? Veo a Finnick frente a mí: me lanza una mochila y me grita que huya. Voy lo más rápido que puedo hacia donde está Will, lo tomo en brazos y salgo corriendo de allí. He sobrevivido a la Cornucopia; he salvado a Will; he conseguido provisiones, pero no salve a Finnick. ¿Sobrevivirá a la Cornucopia sin ayuda, o se aliará con los profesionales?, ¿Saldrá con vida del baño de sangre? Me gustaría ir con él y traerlo conmigo, pero no puedo regresar, no puedo arriesgarme por él, tengo que salvar a Will, debo sacarlo de aquí con vida.

Choco con una piedra y caigo sobre la nieve, al igual que Will.
-Bueno, ¿Qué hay en la mochila?

Como ya nos hemos alejado un poco de la Cornucopia, me siento al lado de Will y abro la mochila: un saco de dormir; un tupper; un cuchillo; un gotero con yodo; una botella; una bolsa con seis manzanas y un cuchillo. ¿Habrá puesto Finnick el cuchillo? Que yo sepa, en las mochilas de la Cornucopia no hay armas, esas las tienes que pelear en la Cornucopia. Algo dentro de mí, me dice que Finnick es de fiar, que no significa ningún peligro para mí. Me ha ayudado hoy. Meto todo en la mochila y me la cuelgo.

-Sigamos, Will. Hay que encontrar un refugio.

Mientras caminamos, Will recoge piedras de entre la nieve y luego las lanza y estas se entierran en la nieve.

Después de unas cuantas horas caminando, comenzamos a oír los cañonazos.

Cuento diez. Once muertos en total. Como deseo que la cara de Gael aparezca en el cielo esta noche, aunque, esa no es una opción.  Si la batalla en la Cornucopia ha terminado, los otros tributos deben de estar esparcidos por el bosque. Me alegro de llevarles horas de ventaja. Caminamos veinte minutos más y nos encontramos con un arroyo.

-Agua-. Susurro.

Menos mal. Habría sido horrible morir deshidratada. Lleno la botella con el agua del arroyo, echo con el yodo la cantidad de gotas necesarias para purificarla, espero lo que creo que es el tiempo necesario y luego le doy la botella a Will para que beba algo. Lleva horas sin tomar agua y los niños se deshidratan más rápido. Después de él, bebo un poco de agua y luego la lleno de nuevo.

Caminamos unos metros más y Will dice:

-¿Puedo jugar en esta cueva al lobo feroz?

-¿Cueva?- Camino hasta donde está Will y veo la cueva.- ¡Will, eres un genio!-. Sonrío.

La cueva no es muy profunda, aquí cabemos ambos a la perfección y hasta nos sobra más espacio. Meto a Will en la cueva y luego me meto yo. Apenas entra luz, nadie nos encontrará aquí. Dos problemas resueltos: agua y refugio. Creí que sería más dificil esto que cazar. Eso es lo que nos falta. Comida. Las manzanas no nos durarán mucho. Tendré que ir a cazar pronto, pero hoy no. Ya ha oscurecido, no falta mucho para que anochezca y las caras de los tributos muertos aparezcan. ¿Quiénes habrán muerto? ¿Quiénes han sobrevivido? ¿Finnick ha muerto o sigue con vida? ¿Qué habrá pasado con él después de que me dio la mochila? Intento recordar que paso después de eso, pero solo me acuerdo de su cara preocupada tirándome la mochila y gritándome que corra. Aún recuerdo sus palabras: «¡Corre Kayla! ¡Corre, vete!»

Pienso que, si no me hubiera dado la mochila, seguramente me habría metido en el baño de sangre y Will habría muerto. Will, o yo, o ambos. Los dos habríamos muerto esos es lo más seguro.

«Gracias Finn…» Susurro para mis adentros.

Saco de la mochila el saco de dormir y meto a Will en él. Debe de estar exhausto. Un día entero de puro caminar cansa a cualquiera.

-Se está calientito aquí-. Dice, antes de quedarse dormido.
Oigo que suena el himno, y sé que ya ha iniciado.

Salgo de la cueva tan rápido como puedo y miro al cielo. La primera cara está a punto de salir. Llegue justo a tiempo. Once muertos: el chico de 3; la del 5; los dos del 6, 7 y 8 y 11 y el del 9.

Guau, lo de la chica del 13 no me lo esperaba, la consideraba una profesional por cómo era en los entrenamientos. Siento la muerte de los del 7: Peter y Vyolett. Tributos que conocí. Peter me mostró sobre cuchillos; Vyolett sobre hachas. Pienso que, de haber estado en otras circunstancias, todos habríamos sido muy buenos amigos. Bueno, la mayoría aunque, no culpo a nadie aquí de comportarse como lo hace: culpo al Capitolio, porque ellos nos enviaron aquí. Ellos son los culpables de lo que suceda en la arena. Corro el peligro de llorar. Sé que a nadie le gustaría patrocinar a alguien que llora porque uno de sus compañeros tributos ha muerto. Me meto en la cueva y me acurruco dentro del saco al lado de Will, y poco a poco me quedo dormida.

-¡Kayla! ¡Kayla!- Susurra Will-. Mira ese conejo blanco.

Persigo con la mirada su dedo y veo que es a lo que le está apuntando: un conejo tan blanco como la nieve que pisa. Esta atorado, no hay forma de que se me escape.

Salgo de la cueva lo más silenciosamente que puedo con el cuchillo en la mano derecha y el tupper en la izquierda. El conejo intenta huir de donde está pero su pata atorada no le es de gran ayuda estando atrapada en un montón de matorrales bajo la nieve.
-Mi suerte no puede ser mejor.

Tomo el cuchillo y mato al conejo.

¿Me arriesgo a prender un fuego? Eso sería como agitar una bandera blanca y gritar: «¡Vengan por mí!» Pero… no pienso darle a Will un conejo crudo para comer y, además no creo que venga nadie que esté en la Cornucopia, eso significaría dejar desprotegidas sus provisiones y, con lo que paso en los setenta y cuatro Juegos del Hambre, cuando mi madre acabo con la comida de los profesionales con un par de fogatas y tres flechas, dudo que cualquiera en la Cornucopia venga por mí. Los profesionales deben de estar en la Cornucopia, eran los únicos aliados, y, de todos modos, Gael no vendrá, creerá que los profesionales vienen en camino y los dejará acabar conmigo. Que tonto.

Camino durante una hora y, cuando me doy cuenta de que ya no veo la cueva, me pongo manos a la obra y enciendo una pequeña fogata donde cocino el conejo. No me convenzo de que nadie vendrá, así que, cuando me aseguro de que el conejo está bien cocinado, lo meto rápido en el tupper y salgo corriendo sin siquiera haber apagado la fogata. Si tengo razón y alguien viene por el torpe tributo que ha prendido la fogata, estaría muerta, de no haberme ido.

Ahora comienzo a preguntarme si dejar encendida la fogata habrá sido buena idea. No creo haberles dado una pista de mi ubicación, ¿cómo haría eso dejando una fogata encendida como única pista? No creo que me estén siguiendo, tal vez estén de camino a la fogata. Sí, si fue buena idea dejarla encendida, un señuelo perfecto.

Cuando llego a la cueva, estoy cansada de tanto correr, pero aun así me meto lo más rápido que puedo en la cueva.

-¿A dónde fuiste?-. Pregunta Will.

Lo veo tumbado en el saco de dormir, mirando fijamente al techo de la cueva y las gritas que sobresalen de ahí.

Suena un cañonazo.

El sonido me sobresalta y hace que Will se levante de un salto.

-¿Qué fue eso?-. Pregunta otra vez.

-B… bueno, nada, pero no te preocupes por ello-. Contesto mientras deposito en sus manos el tupper con el conejo.

Tomo dos pedazos y le doy el más grande a Will, que se lo come y veo que le ha encantado. Me acuerdo que a veces, cuando llevaba conejos a la casa después de un largo día de caza, mi padre cocinaba unos cuantos. A Will le fascinaban. Creo que no soy tan mala cocinera como cuando tenía doce años y quería aprender a cocinar: deje unos huevos en la estufa durante unos minutos mientras iba al baño y, cuando regrese, todo estaba negro.

-Mm… delicioso-. Me saca de mis pensamientos la dulce voz de mi hermano.

Me pregunto quién habrá muerto. ¿A qué tributo pertenece el cañonazo que Will y yo oímos hace unos segundos? No sé porque, pero sospecho que mi pequeña y peligrosa fogata tuvo algo que ver.








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